EL ELEFANTE NEGRO EDICIONES

ESCRIBIR HASTA DECIR BASTA

Natalia Iñíguez, 68 pág.

Arte de tapa: Cecilia Libre


“Desconfiar como manifiesto” dice uno de los versos de Natalia, la desconfianza de un mundo que se presenta como perfecto, ideal, simétrico, buena onda, bello, funcional, sano y que en la de defensa de su sagrada sanidad expulsa a quien no entre en esa lógica. Es ahí donde el verso de la autora se vuelven filo, incomodad. La poesía no es la verdad, claro que no, pero puede dinamitar las superficie de las cosas para que emerja su esencia, en esto Natalia encuentra su propio camino, porque hace del poema un mecanismo que le permite ver de las cosas, su brutalidad, sin maquillajes.

Escribir es una forma de darle cuerpo al dolor. A lo largo del poemario, el yo poético nos deja ver su cuerpo doliente y desnudo. El cuerpo enfermo se hace carne y cicatriz en cada página, el poema sufre porque el cuerpo sufre, sin embargo, el efecto de lectura que provoca la poética de Natalia Iñíguez es otro. La autora no se queda únicamente con el dolor, hace de la escritura un acto de resiliencia sigiloso, personal. Sale del lugar común del mártir confeso. En estos versos la poeta enferma, la madre enferma, la mujer deseante, la hija judía, la chica conurbana pelea por nombrarse y por reunir ese yo fragmentario en uno que pueda enunciar sin pedir permiso y escribirlo todo hasta el cansancio, a pesar del dolor y con el dolor, porque es inútil combatirlo, simplemente se aprende a vivir con él. (...)"


NADIA SOL CARAMELLA, prólogo.



Me busco un poco en todas las pibas

 

Tu nombre no fue

el de ninguna de mis amigas

pero el esténcil en mi barrio

dice que todas somos vos

Melina

Adolescentes

fanáticas de todo

lo que nos haga reír

 

Te pienso

repaso un recuerdo ficticio

¿Acaso no lo son todos?

 

Me reconozco en tu pelo

inmóvil para siempre

y canto una canción

de los ángeles azules

que nos haría llorar

por el primer negrito

que nos dejó tiradas

 

Habremos pateado

o pedaleado

las mismas calles

Habremos bailado juntas

lejanas en el tiempo

y apuntado las manos al cielo

los dedos como armas

la cabeza hacia atrás

la canción –el grito- en la garganta

las caderas al ritmo del barrio

que nos vio morir

para que todas

tengamos tu nombre.



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