EL ELEFANTE NEGRO EDICIONES

FICCIONES

Patrcia Verón, 50 pág. Ilustrado.

Arte de tapa: Andrea Torchetti


BROTES DE LUMINOSIDAD


Agradezco muchísimo esta oportunidad de leer, de pensar poéticamente, con Ficciones de Patricia Verón. Porque, sin dudas, esta obra me lleva a la activación de un pensamiento proliferante (nada de pensamientos tranquilos, como pide “Memoria de los peces”, uno de los grandes poemas-ficciones de este libro). 

Como señalo en la contratapa, la estrategia vital, el procedimiento creador es la construcción de otro mundo justamente imaginado (o, mejor, de otros mundos), en develación constante de una verdad que se extrae de la piedra de la lengua hasta llegar a un brillo nuevo, para contrarrestar, con la trama de la poesía, la atrocidad de ese “malestar que daña y omite”. 

El viaje constructor arremete desde el primer poema, “Erlebnis” (experiencia vivida, vivencia, como se ha traducido el término), que nos pone de entrada ante la cuestión de lo inventado que se vuelve real, verdadero, en su dicción rítmica, en su fusión ritmo-sentido; salto de agua para llegar a la autenticidad en la repetición de puedo entender, puedo admirar, puedo admitir, en ese yo afirmado que se desdobla para la pregunta final. ¿Quién creería la verdad? Nosotres vamos a creer toda la verdad de estas ficciones.

Y nos vamos a servir de ellas para afirmarnos, para ver, gracias a su producción de luz. Simone Weil señala que, para comprender las imágenes, no hay que interpretar, solo hay que mirar: mirar las imágenes hasta que de ellas brote la luz. Es notable cómo así ocurre en este libro, gracias a sus “brotes de luminosidad” como dice el segundo poema “Arquitectura de la sombra”. Cito algunos de sus versos: 


aprovecho los brotes de luminosidad / que trae el río y me afirmo / para un tramo más allá


El agua de estos poemas, así, nos empuja, o más bien, nos impulsa; pero solo el tramo justo, un tramo más, para entender: entender más, seguir (en) esta trama.

Parecen juegos de palabras, pero no. Ese es otro de los grandes procedimientos de Ficciones: un humor delicado, un trastocamiento de voces. Juego, no de palabras, sino de espejos. Donde el reflejo o, mejor dicho, el eco, los ecos, nos mantienen a flote. En su cadencia, no se corta el hilo, otra imagen recurrente. Atada a un deseo que gravita dice un endecasílabo flotante del poema así titulado, “El hilo”, que, por obra y gracia de su cuerda rítmica que levita en el aire, hace aparecer las palabras justas.

Son palabras justas en su calce acompasado, y justas en lo que expresan, por lo precisas y ciertas, como al detectar al sicofante, al delator, al buchón, en el poema “Palabras que aparecen”. Y la rima parece / aparece no es caprichosa, nada es casual: todos los procedimientos están puestos al servicio de la continuidad poética. 

Porque estas Ficciones son para eso, esa es la respuesta que encuentro a la pregunta que nos hace el verso ¿Por qué no corto el hilo?. La voz entreteje el hilado para la continuidad de esa agua que nos impulsa, para sostener la vida contándola desde el lugar en que damos la pelea con otres (presentes siempre en los poemas; incluso donde no están gramaticalmente marcados, se sienten en la bruma luminosa de su enunciación). Como nos enseñan los feminismos, ya no confiamos en las figuras heroicas, solitarias. Desmontamos el mito del salvador y vamos advertidas de las mentiras del poder. Insistimos en los modos que encontramos para sostener la vida. 

Esa es la estrategia del compás de esta obra, sostenernos “un tramo más”, porque eso es lo que necesitamos para seguir-con, como dice Donna Haraway, no la historia cerrada, acabada: necesitamos historias que no terminen, esas que siempre piden un tramo más. Por eso, reaparece esta frase antiheroica en el poema “Empañados”, donde hay muchas ficciones en una, con el tirón del deseo hacia adelante, en el ritmo suave de las eses de lo que sale, lo que se sueña y suena, lo que se deja sonar. Los cuerpos, su humedad, agua producida una y otra vez, impulso para seguir imaginando “una teoría sobre los sueños que somos”, ¡para que escape la mariposa! 

Imagen múltiple que vaya si escapa al lugar común que el tópico de la mariposa podría acarrear, pero nada de eso aquí. La huida de la mariposa es la de ella, de su cárcel de hule. Y la de la voz del poema, y la nuestra, y la de la teoría, la de la última entrevista al héroe, que ya descanse. Nos fugamos de todo eso, ensayamos otra cosa que, quizá, solo quizá, funcione.

Cada poema, entonces, como un ensayo de “una forma posible de la vida” (otro endecasílabo sutil, aleteante), como fuga brillante, transfigurada. Desde aquí, un viaje en colectivo se vuelve mar de sirenas copulantes; un lavarropas, fuente inagotable de peces, siempre vivos. 

¿La muerte? De ella se habla, sí. La palabra es garante de la memoria. Pero los poemas persisten en lo vital: “Pero los peces siempre salían vivos”. Lo performativo en Ficciones no es la ausencia, sino la producción de mundos posibles, como “Conexión”, ese sueño-poema, continuidad en la vigilia de lo anhelado por la noche, para que nuestro amigo amado vuelva, y quede “su trompa / apoyada en mí”.

Es que los sueños, las historias que contamos, que nos contamos, los pensamientos que pensamos, las palabras que usamos, todo importa. Importan los detalles. Lo sabemos con Haraway, sí. Como lo sabe la voz de estos poemas, cuando afirma y repite lo que quiere, lo que le gusta: flotar. Crear las pausas necesarias para que se haga el ritmo agua-sangre. 

Un tramo más, nos dice, por tercera vez, casi al final. Y en cada repetición, dice eso y también, otra cosa. Una poética de la continuidad: “luego haré lo de siempre”, nos advierte. No es un gesto de derrota ni de resignación. Al revés, el dolor se incorpora, se hace luz en la mirada y, reconvertido, se atreve a seguir, a más. Es que un cuerpo que atravesó la espesura sabe afirmarse y resplandecer. Por eso, no podía ser otro el último poema más que “El cuerpo de la luz”. 

De una lírica exquisita, este final insiste en la flotación, en lo difuminado. La voz es un tesoro de “fulguraciones que quedan en la retina / que ni al cerrar los ojos / desaparecen”. Y los signos, mejor furtivos, en el centelleo brumoso de la poesía.

En este libro exacto, feroz y conmovedor a la vez, de una belleza política y onírica y necesaria, Verón nos convierte en sueño y pensamiento y canción elegida, en sonido en compás con el silencio. En sangre que sigue siempre un tramo más, cuerpo advertido, en pie de lucha, en el resplandor “que hace que la luz sea luz”. En esa iluminación, sin grandilocuencias, se vislumbra un legado, composiciones posibles de esta voz poética clara y certera con otras voces de la poesía para continuar el entramado atento. 

Un entramado atento en el sentido, nuevamente y para terminar, de Simone Weil, con la atención que ella reclamaba hacia las cosas. Una atención productiva, que, en contemplación amorosa de la belleza, contemplación descentrada, agrega Verón, “simplemente como un alrededor” produce nueva belleza. Qué otra cosa, esas fulguraciones que quedan en la retina, estos poemas, que ni “al cerrar los ojos desaparecen”.


DANIELA CAMOZZI

(Texto leído en la presentación del libro el 3/11/22- Bienal de Arte de UNLAM)



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